martes, 6 de enero de 2015

LA AUTENTICA HISTORIA DE LOS "REYES" MAGOS


En un día como hoy, en que se celebra, de forma religiosa y laica, una festividad cristiana, la de los Reyes Magos de Oriente, sería importante (o al menos curioso) acercarnos a la auténtica historia de los Reyes Magos, después de haber disfrutado de todos los regalos que sus Majestades hayan podido traernos en este año que comienza.

Para saber el origen de la historia de la fiesta de hoy, hay que dirigirnos a un texto fechado en el s. I de nuestra era. ¿A que suena a erudición histórica? Pero, sin embargo, varios historiadores rechazan dicho texto como histórico, calificándolo más bien de relato novelado. Sea de una u otra manera, el Evangelio según San Mateo es uno de los cuatro aceptados por la Iglesia como verdaderos y se ha tomado como texto histórico desde el principio de la era cristiana.
Recordemos que S. Mateo era apóstol de Jesús de Nazareth, y por tanto, una de las fuentes más fidedignas de la vida del personaje histórico al que se refiere su texto. ¿Por qué no habría que darle la misma credibilidad que a testigos de otros personajes históricos, como Suetonio o Plinio el Viejo, que nos relatan su experiencia al lado de los gobernantes de aquel momento? Pero esa es otra discusión, que nos distraería del tema que hoy nos ocupa.

Hay una "pequeña" pega a la defensa de historicidad del relato de los Reyes Magos que he hecho en los párrafos anteriores. Mateo, como apóstol, conoce a Jesús cuando éste inicia su vida pública. Por tanto, no es testigo directo de su infancia. Tiene, si es que se molestó, que dirigirse a otras fuentes, preguntar a otra gente. Y quizá, la fuente más cercana viva en su momento era la Madre de Jesús. Y si fue verdad (ahora entro en el terreno de la especulación) que preguntó a María, ¿le contaría ésta la verdad, o la adornaría con el relato de sus deseos respecto a esos primeros años? Sea de una u otra manera, hay varios puntos en el relato de los Reyes Magos que no se corresponden a la historia que cuenta Mateo en su evangelio. Y vamos a entrar ya en harina.


El texto dice así:
"Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén..."
Primer choque entre la tradición y la auténtica historia (sea mito o realidad) que nos cuentan los evangelios. Mateo habla de unos magos, no dice en ningún momento que sean reyes. Y podía haberlo hecho, pues estos personajes se dirigen a ver al rey Herodes, como veremos más adelante. Pero ¿qué significa magos en la cultura oriental del s. I? En ese momento los magos no son personas que se dedican a entretener y encandilar al público con trucos de prestidigitación y de desaparición y aparición de objetos o personas. Magos son aquellos que se ocupan de estudiar las razones por las cuales las cosas son como son. Estudian las leyes que rigen el Universo, con mayor o menor fortuna, pero dedican su vida a ello. Por supuesto, en esa época, si no eras lo suficientemente "pudiente", o sea, si no eras rico, no te podías permitir el lujo de estudiar el movimiento de los astros, pues eso es lo que también hacían los magos, sobre todo para dar predicciones a los más poderosos.
Pero hay algo más. En esa época, el término que aparece en el texto de Mateo, que está escrito en griego, usa la palabra "magoi" para referirse a estos personajes. Ese término, "magoi", se reservaba para los sacerdotes de Zoroastro, personaje al que nos referíamos en un post anterior, y que adoraban a Ahura Mazda, divinidad persa que se equiparaba en los fenómenos astronómicos con el sol triunfante o el sol naciente. 

Por tanto, son personas sabias, posiblemente sacerdotes de un culto de más de quinientos años de antigüedad, y astrónomos. En aquel momento, los sabios de Persia gozaban de una gran fama como los mejores en cuanto a los estudios de los astros.
Y otro pequeño detalle. No dice Mateo que la estrella les guiara hasta Jerusalén y que al llegar a la ciudad, ésta desapareciera, como dice la tradición. Sólo dice que estos sabios se presentaron en Jerusalen. Y tampoco dice que eran tres, usa el pronombre personal indeterminado "unos", que da idea de imprecisión en el número. Pudieron ser tres, como dice la tradición, o pudieron ser quince.
Sigamos.


"...diciendo ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle."
Aquí sí aparece la estrella. Pero los magos no dicen que la estrella los dirija. Sólo dicen que la vieron en Oriente y que les ha informado de un hecho, el nacimiento del rey de los judíos, pero no del lugar, ni mucho menos que les acompañara en su viaje hasta Jerusalén. Y por supuesto, si les hubiera acompañado ¿Les habría llevado a Jerusalén? No. Los magos van a Jerusalén porque suponen que es allí donde debe haber nacido el rey. El rey de los judíos, no el mesías. Si la estrella de Oriente guía a los magos hacia el nacimiento del Mesías, no los habría llevado a Jerusalén, sino a Belén.


"Al oírlo el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén."
Cuidado con ésto. Los magos no van a la corte de Herodes. Herodes se entera porque toda Jerusalén se sobresalta. Alguién, unos magos, unos sabios de Persia, nos dicen que hay un fenómeno celeste que anuncia que ha nacido un rey para los judíos. Los judíos, que en esos momentos estaban bajo la autoridad de Herodes, que era un rey no judío, impuesto por los romanos, y que gobernaba con la ayuda de éstos. Para los judíos, una gran noticia. Para Herodes y su corte, una noticia nefasta. Pero Herodes es listo, reacciona rápidamente y les pide a los sacerdotes y escribas que busquen en que lugar de los textos sagrados judíos dice algo del advenimiento de ese rey, "...les preguntaba dónde había de nacer el Cristo." El Cristo, el ungido, como lo fue David, el gran rey, símbolo de la grandeza del pueblo judío. Y Herodes sabe lo que todo eso puede significar. Por eso, una vez que los eruditos de Judea le dicen el lugar:


"Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo para ir también yo a adorarle."
Herodes llama a los magos. Insisto. Los magos no van a Herodes, es Herodes el que realiza las indagaciones y cuando tiene el lugar localizado, llama a su presencia a los magos. Pero "llamó aparte a los magos". No quiere que se difunda la noticia. No quiere que haya una peregrinación hacia el lugar donde está el supuesto rey de los judíos, el Cristo. Y antes de darles el nombre de la aldea "...por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella..". Les saca la información sobre la edad del rey, que la iguala al de la "aparición" de la estrella. Vuelve a hablarse de aparición de estrella, pero no de que guíe a ningún sitio, sino de que se trata de un fenómeno astronómico. Herodes quiere asegurarse del enemigo que le surge. ¿Es maduro, con posibilidad de reclutar hombres? ¿Es joven, y aún moldeable? ¿O es un niño, totalmente prescindible? Herodes se comporta como un auténtico estadísta, al pedirles a los magos que "indagad cuidadosamente sobre ese niño" y que después se lo comuniquen. Pero esa es otra historia.
Mateo continúa:

"Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño." Aquí si nos dice que la estrella guiaba. ¿Seguro? Analicemos el texto.
"Se pusieron en camino". Recordemos que Herodes ya les había dicho que se tenían que dirigir a Belén.
"La estrella...iba delante de ellos". Mateo no dice que los fuera guiando. Sólo dice que iba delante de ellos. Cualquiera de nosotros tenemos la experiencia que si estamos andando en campo abierto y nos dirigimos en la dirección que nos marca la luna, siempre la tendremos delante ¿quiere decir eso que nos guía? No. Sólo significa que está ahí. Que mantenemos el rumbo, pero no porque la luna nos guíe, sino porque sabemos que la dirección es la correcta. La luna no se desplaza. Somos nosotros los que la tomamos como punto de referencia. Y recordemos que estos personajes eran magos, sabían interpretar las luces de los cielos y sabían, por supuesto, caminar tomando como referencia la posición de las estrellas.
"hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño". Aquí sí manifiesta Mateo que la estrella se detuvo sobre un lugar determinado. Pero en el ejemplo puesto en el párrafo anterior, cuando nosotros nos paramos, también la luna aparentemente "se para". Y aquí podemos decir que Mateo hace un guiño a la fenomenología. Está relatando la infancia de un personaje que cree que es el Hijo de Dios. Desde nuestro punto de vista, está relatando un hecho lleno de "milagros", Reyes Magos que van siguiendo una estrella y que se dirigen a donde ha nacido un Salvador. Desde su punto de vista, judío del s. I, no ha relatado aún ningún hecho extraordinario. Hasta ahora, visto con la mentalidad judía del s. I, no ha ocurrido nada memorable, ni siquiera la aparición de una nueva estrella que hace que unos sabios se muevan hacía un lugar determinado es algo extraordinario para ese s. I de nuestra era. Por tanto, Mateo deja que la "estrella" quede "encima del lugar donde estaba el niño".


Últimos detalles:
"Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron."
¿En la casa? ¿No estaba el Niño Jesús en un pesebre de un portal en Belén? El último tirón de orejas a nuestra tradición de colocar a los Reyes Magos once días después del nacimiento de Cristo. En la antigüedad, los viajes eran mucho más difíciles de realizar, incluso para gente poderosa. Además, un desplazamiento que suponía cruzar la mitad del mundo conocido en la época precisaba de una preparación cuidadosa, laboriosa y que llevaba su tiempo. Desde que la estrella aparece hasta que llegan a Belén, no sólo se debe contar el tiempo del viaje, que sería de meses, sino también el tiempo de la preparación, que también sería largo, pues hay que tener listas vituallas para el camino, regalos para la persona a la que se va a visitar, dinero para cubrir las distintas vicisitudes del viaje, seguridad para evitar las emboscadas y asaltos de bandas de maleantes que atacaban a las caravanas, etc. Por tanto, nuestros sabios de Oriente llegarían a Belén cuando el Niño, cuyo nacimiento había señalado una estrella en el firmamento, contara con más de un año, incluso dos, de edad. No podían planificar, formar una caravana y realizar el viaje en tan sólo once días.

Última carta que me guardo en la manga. Sólo he hecho referencia a Mateo, habiendo otros tres evangelistas reconocidos oficialmente. ¿Por qué? Ninguno de ellos habla de esta historia de los "Reyes Magos". Sólo Mateo nos la cuenta. Y gracias a él, sabemos que la "misión" de ese Niño nacido en Belén no se limitaba a sus compatriotas, al pueblo judío. Con este relato, Mateo nos cuenta, y les cuenta a los judíos, a los que específicamente dedica su evangelio, que Jesús de Nazareth no viene a "salvar" sólo a los judíos. Jesús de Nazareth viene a manifestarse a todo el mundo. A todo aquel que lo quiera oír.

Los Reyes Magos no eran reyes, no eran magos, no les conducía una estrella. Eran unos sabios de Persia que, interpretando el nacimiento de un fenómeno astronómico, que en su tiempo se podía asimilar a una estrella, buscaron la persona a la que, por su nacimiento, correspondía dicho fenómeno. Fenómeno que para ellos era tan importante como para organizar una caravana para un viaje de un año o más de duración. Les valía la pena. Por tanto, el acontecimiento que señalaba ese fenómeno astronómico debía ser lo suficientemente importante.

Y lo fue.


lunes, 29 de diciembre de 2014

LOS ESTUDIOS DE JANE GOODALL (2ª parte)


Hablábamos en el post anterior de los estudios de Jane Goodall sobre los chimpancés llevados a cabo a lo largo de décadas en el Parque Nacional de Gombe, en Tanzania. Y nos referíamos a su descripción del grupo familiar de estos primates con los que convivió durante la década de los sesenta del pasado siglo. Nos quedábamos en el momento en que Jane Goodall comenzaba a estudios la conducta de los chimpancés frente a otros grupos. Y nos referíamos a que el hallazgo que descubrió alejó mucho la imagen idílica de nuestros primos en la evolución.

Lo que encontró en sus observaciones lo refleja en sus últimos libros y existen unos documentales de National Geographic, institución que lleva trabajando con Jane desde hace muchos años, que lo muestran en imágenes. Los chimpancés machos, a una señal del líder del grupo se reúnen y se aprestan a realizar un recorrido del territorio del grupo. En ese recorrido, como si se tratara de una patrulla de reconocimiento, se mueven por los bordes de su área de influencia, valorando las distintas señales que les proporciona el hábitat selvático en que se mueven. Escudriñan las copas de los árboles, escuchan los distintos ruidos que pueden oírse en la floresta tropical, e incluso se paran a observar si hay algún cambio, alguna pista, algún rastro de otros animales que puedan constituir un peligro para el grupo. Hasta aquí todo dentro de cánones que vuelven a ser "antropomorfos". Jane Goodall aprecia que muchos de los comportamientos que observa en los primates pueden extrapolarse a los humanos.

Pero la tragedia surge cuando un buen día, mientras Jane observa el recorrido de reconocimiento del grupo, oye unos sonidos desconocidos. Se trata de la llamada de otro chimpancé, de un individuo joven, y que se encuentra cerca del lugar donde ella está observando a su grupo de primates. De pronto, el macho líder del grupo se para, levanta la cabeza y se queda quieto, escuchando. El resto del grupo lo imita. Jane nota una tensión en el ambiente que antes no había experimentado. De repente, en una fracción de segundo, el macho líder, seguido de los suyos, se lanza a una carrera enloquecida, emitiendo una serie de gritos que la aturden, y golpeando troncos de árboles, arrancando ramas y hojas, en dirección donde hacía unos segundos se oía la llamada del joven chimpancé perdido, lejos de su grupo. Jane, con sus ayudantes, corre hacia el lugar adonde se han dirigido los monos, fácil de seguir por la algarabía de gritos y por las señales de destrucción que han ido dejando a su paso.
Cuando, tras un breve trecho, llegan al lugar donde han parado los monos, la escena que ve le hiela la sangre. Los monos están golpeando, vapuleando al joven chimpancé. Dos o tres veces que trata de huir, es atrapado nuevamente y la paliza comienza de nuevo. Tras un largo rato de recibir golpes, el joven chimpancé no se mueve. Es como si aceptara su destino de ser apaleado sin fin. Jane se fija en él y se da cuenta. El chimpancé está muerto.

Pero si la escena del apaleamiento le heló la sangre en las venas, a Jane todavía le queda lo más horroroso. El macho líder, al comprobar que el joven chimpancé ha muerto, comienza a descoyuntar el cuerpo exánime del mono. El resto le imitan, y la escena se convierte en una orgía de carne, sangre y vísceras. Jane ve horrorizada como sus chimpances, que eran tan solícitos dentro del grupo, están despedazando y comiéndose a un congénere. Puede ver al líder; que le había visto crecer, desarrollarse, conseguir el liderato del grupo; que había disfrutado de su porte erguido, cuando el chimpance miraba con orgullo a sus propios retoños; puede ver al líder comiendo las vísceras del jóven, devorando el corazón del mismo, con tanto deleite como un gourmet puede devorar un suculento solomillo de carne.

Toda la imagen idílica del chimpancé se perdió aquel día. Todo el papel de paraíso perdido que se dio al grupo de chimpancés se perdió en ese instante. La familia ideal de la selva saltó por los aires. Los chimpancés no sólo se parecían al ser humano en las virtudes. También se parecían en los vicios. Los chimpancés eran violentos, como el hombre. Los chimpancés disfrutaban con la muerte de un congénere, como el hombre. Los chimpancés se dejaban llevar por la masa, como el hombre.

Jane Goodall siguió con su estudio e investigación sobre los primates. Y pudo comprobar, junto a su equipo, que los grupos de primates forman hordas que bien pudiera parecerse a las bandas callejeras. Que esas hordas recorren su territorio para defenderlo de intrusos. Que cuando los encuentran, el enfrentamiento es a muerte. No hay cuartel. Y que son caníbales. Que se comen a sus víctimas, a los congéneres abatidos en la reyerta. Pero descubrieron algo más. 

Cuando estas hordas, al frente de las cuales siempre está un macho poderoso tanto desde el punto de vista físico como desde la agresividad; se sienten poderosas, cuando han expulsado a muchos congéneres, cuando han rechazado a otros grupos de chimpancés, cuando han vencido muchas veces, estas hordas se atreven a invadir los territorios de otros grupos vecinos. Realizan expediciones de conquista. Se transforman en un pequeño ejército que invade las zonas limítrofes, se enfrenta con los otros grupos de chimpancés, los aniquila y asume su territorio.

La identidad de pertenencia a un grupo. La agresividad. El afán de conquista. Todas las pulsiones que han marcado la historia del hombre, a través de su recorrido en el tiempo en nuestro planeta Tierra, le vienen de antiguo. Están profundamente marcadas en el trasfondo biológico, social y cultural. Y marcados desde hace millones de años, heredados, tanto nosotros como los chimpancés, de un ancestro común y moldeados a lo largo de los milenios.

La idea de humanidad, como comunidad fraternal, y de humanismo lleva muy poco tiempo desde el punto de vista evolutivo. Se puede hablar del comienzo de esa idea con Zoroastro hace 2.500 años. Esos pocos miles de años de nacimiento y desarrollo de esas ideas, en comparación con los millones de años de evolución desde nuestro ancestro hasta hoy, es muy poco tiempo. Al hombre aún le queda mucho camino que recorrer. 

Por eso, cuando los grupos humanos se enfrentan, como se enfrentaron hace unas semanas dos hinchadas rivales, y vemos este enfrentamiento tan sin sentido, quizá debiéramos profundizar en nuestra mente y reconocer la parte de ser vivo que aún yace en nosotros y que aún influye en muchas de nuestras conductas, aunque no sepamos darnos cuenta de ello.

Por último, quizá deberíamos desechar el término antropomorfo cuando vemos en ciertos animales conductas similares a las del hombre. Quizá deberemos pensar que, tal vez, somos nosotros los que hemos heredado esas conductas y lo que creemos humanidad, es fruto del conocimiento y la experiencia de millones de años de evolución de todos los seres vivos, no necesariamente humanos, que nos precedieron. Jane Goodall se dio cuenta de ello, ¿y nosotros?



lunes, 22 de diciembre de 2014

LOS ESTUDIOS DE JANE GOODALL


Cuando Jane Goodall comenzó el estudio del comportamiento de los chimpancés, en la reserva de Gombe, allá por los años sesenta del pasado siglo, lo primero en que se fijó fue en el comportamiento intragrupal. El comportamiento intragrupal, como su propio nombre indica, se refiere a las conductas de cada uno de los individuos con sus congéneres que forman el propio grupo familiar. Son relaciones, por tanto, cercanas. Se trata de individuos interdependientes, incluso unidos por lazos de sangre de forma directa. Todo ello provocó un "sesgo", una contaminación en esas primeras observaciones.



En estas primeras observaciones, Jane Goodall consideró el comportamiento de los distintos miembros del grupo. La conducta solícita de las madres, y de las hembras en general, hacía las crías. Los juegos protagonizados por los más jóvenes, que en alguna que otra ocasión recibían una reprimenda de los adultos, que a veces se parecía bastante a la riña de un progenitor humano, madre o padre, hacia su cría, hacia su hijo, cuando este último se había portado mal. También la mirada displicente, vigilante del macho o machos dominantes, que cuidaban que al grupo no sólo no le faltara el alimento, sino además, protegerlo frente a los peligros del ambiente en que se movía. 

En resumen, su descripción de la vida de un grupo de chimpancés se asemejaba mucho a la del paraíso perdido por el hombre, a la vida idílica que deseábamos que tuviera la especie humana en sus orígenes, se asemejaba a la vida ideal de una familia humana estructurada de los años sesenta. Y sin darse cuenta, llevada de su amor por estos primates, respondiendo al deseo del ser humano de vivir feliz, antropomorfizó a los chimpancés. Hizo lo que los buenos fabulistas de siglos pasados hacían con el burro, el perro, el gato y tantos otros animales. Estos fabulistas les daban caracteres que hasta entonces sólo se atribuían a los humanos. El habla, el pensamiento, los sentimientos, la capacidad de comunicarse hablando une perro con un gato, un lobo con un oso, e incluso, el sol y el viento. De esto se trata cuando hablamos de antropomorfizar. Y esto fue lo que Jane Goodall, de forma sutil, tan sutil que ni ella misma se dio cuenta, hizo con los chimpancés que vivían en la reserva de Gombe.



Pero los estudios sobre el comportamiento de nuestros primos en la aventura evolutiva continuaron. Jane Goodall publicó varios libros, protagonizó documentales y todo ello le permitió, no sólo una fama a nivel mundial, sino la obtención de los fondos necesarios para continuar su proyecto de investigación. En esos libros Jane Goodall mostraba la comunidad familiar de los chimpancés de la reserva de Gombe tal como ella la había visto durante esos años.

Ahora, frente a ella surgía un nuevo reto. Era preciso conocer la relación entre grupos. La investigación daba un nuevo paso adelante. Quería conocer qué tipo de relaciones mantenían los distintos grupos entre sí. Quería saber si eran territoriales, si establecían alianzas frente a enemigos comunes como el leopardo, si existía el cambio de individuos de unos grupos a otros. Jane había observado alguna escaramuza de alguno de sus chimpancés con otro "extranjero" que aparecía de forma temporal y que se marchaba al cabo de pocos días. Pero lo que descubrió en esa fase del estudio fue mucho más terrible de lo que nunca hubiera podido imaginar.

Pero eso, por su extensión e importancia, lo dejaremos para el próximo post. 
Mientras tanto, queridos amigos de "culturayserenidad", les deseo a todos: Feliz Navidad.

domingo, 7 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL "AGUA DE FUEGO"


El "agua de fuego", famosa por el uso y abuso que se muestra en las películas del Oeste, siempre por parte de los indios, tiene un origen muy curioso. Y éste origen nos muestra que la funesta adicción que tuvieron todas las tribus indias no sólo tenía bases biológicas, por necesidad fisiológica de seguir consumiendo, sino que en un primer momento fue cultural. Me explico.

Cuando las poblaciones indígenas de América del Norte no conocían aún al hombre blanco, al rostro pálido; cuando estos pueblos no habían contactado con el mundo occidental, vivían según sus tradiciones. Tradiciones ancestrales, que habían ido pasando de generación en generación. Y en todos los poblados de las distintas tribus había unas personas que eran las depositarias del saber ancestral. Y, según sus creencias, eran las encargadas de contactar con el mundo de los espíritus; con el espíritu del lobo, del oso, del águila, del bisonte, de sus antepasados. Estas personas eran los chamanes.





Los chamanes eran respetados en toda la tribu, pues eran los que en todo momento sabían lo que le convenía al poblado. Y llegaban a saberlo a través del contacto con el más allá. Para conseguir entrar en trance, y para conseguir hablar con los espíritus, se ayudaban de una serie de plantas, -"plantas de poder" son llamadas en los círculos esotéricos- que le permitían, tras un proceso de fermentación, entrar en un estado "alterado de conciencia" en el que le era más fácil hablar con los antepasados. Este proceso hacía que el chamán fuera uno de los poderes fácticos de la tribu. Pero llegó el hombre blanco.

Los españoles primero, y los anglosajones después, se dieron cuenta de las posibilidades que se abrían a su conquista si usaban como armas, no los sables, ni las balas, ni los mosquetes, sino otra arma mucho más sutil y aparentemente inocua: el alcohol.
Con los primeros contactos llegaron los primeros intercambios. En esos intercambios comerciales realizados en territorio indio, éstos le ofrecían al hombre occidental, de forma hospitalaria, aquello que tenían. ¿A quién, recibiendo una visita de gente forastera, no le gusta presumir de sus tradiciones, de su cultura? ¿A quién, a poco orgulloso que se sea, no le gusta presumir de su tierra? Y los indios, orgullosos de su tierra, de su cultura y de sus raíces, le ofrecieron al hombre blanco la bebida fermentada de sus chamanes, le ofrecieron uno de los secretos guardados durante generaciones, como muestra de amistad.


Y el hombre blanco, como casi siempre ha hecho en los lugares a donde ha llegado, se rió de su bebida, se mofó de sus costumbres, ridiculizó sus tradiciones. "Nosotros tenemos bebida más potente", tronó la voz del hombre blanco con orgullo y desprecio. "Nosotros, con una aparato llamado alambique, destilamos una bebida mucho más fuerte", sentenció el hombre blanco. "Nosotros os daremos a beber <<agua de fuego>>".

Y los indios la probaron. Y vieron que era cierto lo que les decía el hombre blanco. Ese agua era más potente que su bebida fermentada. Ese "agua" quemaba la boca, el paladar, la garganta; quemaba allá por donde iba pasando en el interior del organismo del indio. 

Pero lo que más le atrajo al indio de aquella bebida que había traído el hombre blanco no era que quemara; no era que fuera más potente que la suya; no era aceptar una "supuesta" superioridad cultural del visitante extranjero. Lo que más le atrajo al indio es que podía alcanzar el estado "alterado de conciencia" mucho más rápidamente que con su bebida fermentada. Era que podía alcanzar antes, y con mayor intensidad, el mundo de los espíritus; el mundo de sus antepasados. Pero, además, para el indio de la tribu, para el sencillo componente del pueblo, que aún hacía labores de cazador y recolector, tenía otra ventaja. Esta ventaja era quizá más importante que la anterior. Esta ventaja era la facilidad de acceso al "agua de fuego".


Mientras la obtención de bebidas fermentadas requería un arduo y costoso proceso -selección de hierbas, recogida, secado, mezclado y espera- el "agua de fuego" era tan fácil de conseguir como que bastaba simplemente acordar con el hombre blanco un precio; que solía consistir en pieles de bisonte, de castor o de algún otro animal que caía en las redes del cazador recolector; para que este extranjero le trajera una remesa más o menos amplia de ese "agua de fuego" que les permitiría acceder a un mundo que hasta ahora les había sido vedado y que, hasta ahora, sólo pertenecía a los chamanes.


El pueblo indio de Norteamérica se aficionó al "agua de fuego" no porque fueran estúpidos, que no lo eran. Se aficionó no porque comenzaran a beber sin sentido de la medida. Se aficionó no sólo por razones fisiológicas, aunque el alcohol les producía la misma dependencia física que a los europeos. El pueblo indio se aficionó al "agua de fuego" porque les permitía acceder al mundo de los ancestros. Porque les permitía alcanzar un lugar que hasta entonces había estado vedado sólo a unos pocos escogidos entre su pueblo. Se aficionó, en suma, por una razón cultural.

Y, por supuesto, porque el hombre blanco usó la cultura de un pueblo para su propio beneficio, que pasaba por la destrucción de ese mismo pueblo.


Un débil rayo de esperanza aparece en el horizonte para la Nación India en este siglo XXI. Parece ser que en las reservas donde se encuentran los últimos descendientes de esa raza de hombres valientes y orgullosos, estos descendientes están devolviendo también, de modo muy sutil, como venganza poética, la jugada. Ante la codicia del hombre blanco, el pueblo indio ha puesto en marcha un negocio de casinos, y gracias a esa misma codicia, está usándola para conseguir los fondos necesarios para el resurgir de su cultura.

Quizá, algún día, la figura del hombre de las praderas, fuerte, orgulloso y altivo pueda volver a recortarse en el horizonte. Pero para eso, aún queda bastante tiempo.


viernes, 5 de diciembre de 2014

NO FUE LA MANZANA, FUE EDMUND HALLEY

¿Sabíais que el científico más famoso de la era moderna, aquél que sentó las bases del pensamiento científico racional, estuvo a punto de quedar relegado al olvido más miserable?

¿Y sabíais que fue gracias a la curiosidad y honestidad de otro científico el que en el día de hoy se le rinda el justo homenaje que merece?

Todo empezó allá a mediados del s. XVII. 

Trinity Collegue. Cambridge University. 1690.

Isaac Newton estudiaba desde 1661 en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Aunque no destacó como alumno aventajado, sus esfuerzos se dirigieron hacia la investigación de la naturaleza, y dentro de ella, al estudio sobre los fenómenos físicos y astronómicos. Andando el tiempo fue avanzando en sus estudios y conocimientos, algo que le reportó algo de fama entre los círculos científicos. Eso hizo que Robert Hooke -director de experimentación en la Royal Society de Londres en 1662 y secretario de la misma en 1677- comenzara a mantener una correspondencia científica que fue abandonada y retomada en varios momentos. Hasta que en 1679 Hooke trató de retomar la relación de Isaac Newton haciendo que éste comentara las conclusiones a las que el propio Hooke había llegado sobre el movimiento de los planetas. Los comentarios no se correspondían a lo que Hooke esperaba, lo que hizo que ambos científicos se enfrentaran. Robert Hooke era un científico ya mayor, ya reputado, ya con la influencia suficiente como para encumbrar o para hundir a alguien. Y eso es lo que hizo con Isaac Newton.

Robert Hooke

Los dos hombres de ciencia, uno mayor, el otro más joven, tuvieron desavenencias -decir desavenencias es poco, tuvieron un auténtico enfrentamiento- sobre la forma de abordar uno de los problemas que en esos momentos más acuciaba al mundo científico en general y al anglosajón en particular.


Ya era aceptada la teoría heliocéntrica. Los sacrificios de sabios anteriores, como Copérnico, Galileo Galilei y Giordano Bruno -a este último le costó la vida-, habían abierto las puertas al estudio del Universo tal como hoy lo conocemos.
Pero había una dificultad que vencer. Había un vacío en esa teoría que había que completar. Cómo se movían los distintos planetas alrededor del astro rey. Y cómo se movía este último en el espacio, con respecto a los otros cuerpos estelares que poco a poco se iban descubriendo.


Sobre este tema fue sobre el que se produjo el enfrentamiento. Y como suele suceder, el viejo y reputado venció al joven y éste tuvo que conformarse y abandonar la relación con la Royal Society de Londres, en donde aquél era por aquellos años secretario.
Y así tenemos a un joven Isaac Newton, confinado en un departamento de matemáticas y física de la Universidad de Cambridge, con una teoría revolucionaria en el fondo de un baúl porque la cerrazón y miopía de los poderes fácticos de ese momento no aceptaban sus razonamientos.

Edmund Halley

Y aquí aparece la figura de Edmund Halley. El hombre que calcularía la órbita de un cometa por primera vez, lo que le permitiría adivinar su próximo paso cerca de la Tierra, estaba interesado en las matemáticas y la astronomía. Halley frecuentaba los mismos círculos científicos que Robert Hooke y se sintió atraído por los trabajos de éste sobre el movimiento de los planetas. Pero, sin embargo, cada vez que Edmund Halley le pedía una demostración matemática a Robert Hooke de sus conclusiones científicas, éste no sólo no conseguía dar ninguna explicación convincente sino que acababa esgrimiendo el principio de autoridad académica.

Un día, Halley fue informado que existía un joven en la universidad de Cambridge que sí había logrado la demostración matemática del movimiento de los astros. Pero como esta demostración difería de la de Hooke, este último se las había arreglado para apartarle de los círculos científicos londinenses.

Isaac Newton

Halley se acercó a Cambridge a visitar a esa persona. Lo encontró en su estudio y consiguió, no sin esfuerzo, que Isaac Newton le mostrara los cálculos matemáticos. Halley quedó tan impresionado con la exactitud de los resultados que inmediatamente instó a Newton para que publicara sus hallazgos. Y no sólo se conformó con animarle para publicar su obra, sino que se encargó de pagar de su propio bolsillo la publicación de "Philosophiae naturalis principia mathematica", la obra donde Isaac Newton plantea su Ley de Gravitación Universal, dando paso con ello a una nueva era del conocimiento científico.

Todo esto ocurría allá por 1687.