martes, 14 de junio de 2016

MASACRE HOMÓFOBA, DISFRAZADA DE MATANZA ISLÁMICA


Cuando pensaba que hoy debía publicar la siguiente entrega de "La cultura de los pueblos", me venía a la cabeza lo ocurrido la madrugada del domingo en Orlando, Florida. A las dos de la madrugada, una persona, armada de una pistola y un fusil semiautomático, había asaltado una sala de fiestas de ambiente homosexual, o gay, como queramos llamarlo y había disparado contra todos los que se encontraban allí en ese momento. El resultado fue 50 personas muertas y 53 heridos, 11 de ellos de extrema gravedad.
Más adelante, se iban sabiendo los datos. El asaltante había llamado minutos antes al número de emergencias declarando su lealtad al DAESH. En un primer momento saltaron las alarmas, pues todo el mundo creyó que se trataba de un nuevo atentado perpetrado por terroristas islámicos en suelo estadounidense, el peor desde el ocurrido a las Torres Gemelas. De hecho, al DAESH le faltó tiempo para confirmar que el autor de la matanza había actuado movido por los ideales de su pensamiento radical.


Sin embargo, la verdad que va surgiendo es mucho más compleja, como suele ocurrir. El autor de la matanza era un individuo que en realidad actuó contra la comunidad gay de Orlando. Tenía problemas de sociabilidad, había estado casado y se había divorciado a los cuatro meses con denuncia de malos tratos por parte de su mujer. Lo último que se ha sabido es que él mismo era homosexual y, de hecho, frecuentaba el local dónde realizó la matanza. Con lo cual se puede concluir que ha sido la "ida de olla" de otro inadaptado en una sociedad como la norteamericana donde comprar y usar un arma semiautomática es más fácil que obtener el carnet de conducir. ¿O no?


¿Por qué hago esta última afirmación? Porque la repercusión, incluso mediática, ha tenido un carácter mucho menos, digamos, incisivo. No ha habido grandes manifestaciones en el sentido de "Je suis Orlando"; no ha habido grandes vigilias; no ha habido grandes llamamientos a la concordia entre los distintos sectores que forman la sociedad. Parece ser que no eran necesarios. A fin de cuentas, se trata de un gay resentido con su tendencia sexual que agarra un AR-15 y se lía a tiros contra otros gays que sí son capaces de vivir sanamente su condición de homosexuales. Y yo pregunto entonces:
¿La vida de esas 50 personas valen menos? ¿Son menos importantes, para no hacerles los homenajes que merecen? ¿No han muerto también víctimas del odio, de la intransigencia, de una manera errónea de entender al hombre y al mundo en que vivimos? Si la respuesta a esta última pregunta es sí, ¿no merecen los mismos homenajes que todos aquellos otros que mueren por las mismas causas y que tanto destacamos?


He mirado en mis redes sociales. Poco, muy poco se ha hablado de este suceso de Orlando. De hecho, en una de ellas, prácticamente nada. Por eso he comenzado esta reflexión. Pero al llegar al final de la misma, me surge una pregunta. Una pregunta que, al mismo tiempo, me indigna y me escandaliza:
¿No será que estos 50 muertos nos pillan lejos en el espacio? ¿No será que estas 50 vidas truncadas, al fin y al cabo, se suman a uno más de los tiroteos que nos tiene acostumbrados la nación americana? Y algo peor aún, y que me indigna más, si cabe ¿no será, en el fondo, que la condición sexual de las víctimas nos lleve a alzar menos la voz? No es mi caso. Alzo mi voz en contra de toda violencia, en contra de todo odio, en contra de toda muerte.

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